XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Lun, 13 Nov 23 Lectio Divina - Año A

El capítulo 25 de Mateo recoge varios textos que insisten en la necesidad de vigilar para estar a punto cuando el Señor venga definitivamente (escatología). La parábola de los talentos se sitúa en esta línea, y remarca concretamente que la vigilancia cristiana debe ser activa y comprometida.
En el relato son especialmente importantes las referencias temporales, y concretamente la etapa que transcurre entre la partida del señor de los empleados y su regreso. En ese intervalo es cuando los empleados deben trabajar para que fructifiquen las cantidades que el señor les ha confiado. De los tres administradores, dos lo hacen así, y reciben la aprobación y el premio cuando el señor regresa. El tercer empleado es excluido y rechazado, porque bajo la excusa de que ha recibido poco, el falso creyente se considera libre de hacer realidad el Reino. Esta parábola completa la del domingo anterior, doncellas necias y sensatas, porque una espera cristiana debe ser atenta, vigilante, y a la vez con actitud productiva, creadora del Reino. En la distribución de los dones, todos nos debemos sentir reflejados.
Los dones que hemos recibido (para los cristianos la fe en Cristo) son dones para compartir. En la medida que se conviertan en una barrera que paraliza y aísla de los demás, se vuelven inútiles y no aportan la salvación.Esta parábola que recrimina la prudencia del hombre temeroso se encuentra después de otra donde se ha aprobado la prudencia de las doncellas. Se trata de dos tipos de prudencia. En las doncellas se refería a la sabiduría para usar los dones de Dios, la del empleado conservador es la del temeroso paralizado por el miedo a perder lo que ni siquiera es suyo. Esta parálisis es una traición a quien le había confiado sus bienes con la finalidad de hacerlos crecer y fructificar. Esta prudencia es la mayor necedad, pues no comprende qué se trae entre manos: el encargo divino de ser creativos.
No valen disculpas por haber recibido poco, el que entierra su talento, entierra su capacidad para amar, esperar y hacer.
El empleado negligente y holgazán, el del único talento, puede recordarnos a todos el peligro del miedo-temor que transforma la religión en un cumplimiento. Esta actitud dificulta la entrada en el banquete del Señor.
Nuestro examen de conciencia debería centrarse en el cada día. En lugar de examinar deberes e ideales, hemos de examinar la vida ordinaria: ¿qué calidad de amor damos a lo que vivimos? Vivir cada día nos libera de deseos y proyectos, que enmascaran la ansiedad de perfección. El tema central de estas páginas es el seguir a Jesús en la vida ordinaria.
Reconstruimos el texto:

  1. ¿Cómo comienza el relato, sobre qué tema explica Jesús?
  2. ¿Cómo llamamos a la parábola que narra Jesús?
  3. ¿Cuántos son los personajes que van apareciendo en la escena?
  4. ¿Qué hace cada uno de ellos?
  5. ¿Cuándo el Señor dueño regresa qué les pregunta a cada uno de sus sirvientes?
  6. ¿Cómo respondieron los sirvientes? ¿Todos hicieron lo mismo?
  7. ¿Cómo trató el dueño a los que habían fructificado los talentos?
  8. ¿Qué le dijo al que no hizo fructificar el talento?
  9. ¿Cómo termina esta historia? ¿Qué sucederá al final de los tiempos

Los talentos de los que habla Jesús son la Palabra de Dios, la fe, en una palabra, el reino que ha anunciado. En este sentido la parábola de los talentos conecta con la del sembrado. A la suerte diversa de la semilla que él ha echado -que en algunos casos produce el sesenta por ciento, en otros en cambio se queda entre las espinas, o se lo comen los pájaros del cielo-, corresponde aquí la diferente ganancia realizada con los talentos.
Los talentos son, para nosotros cristianos de hoy, la fe y los sacramentos que hemos recibido. La palabra nos obliga a hacer un examen de conciencia: ¿qué uso estamos haciendo de estos talentos? ¿Nos parecemos al siervo que los hace fructificar o al que los entierra? Para muchos el propio bautismo es verdaderamente un talento enterrado.