Lun, 21 Feb 22 Lectio Divina - Año C
Este pasaje del Evangelio que se nos proclama en este VIII domingo del Tiempo Ordinario, se encuentra dentro de la actividad de Jesús en Galilea; su misión se inicia aquí, donde puso tan de manifiesto el poder de Dios sobre las fuerzas del mal.
6,39-49 Ciego, guía de ciegos – El árbol y sus frutos – Roca y arena. En consonancia con la sección anterior, el discípulo está llamado a vivir una vida radicalmente comprometida con la propuesta de Jesús.
Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine el aprendizaje, será como su maestro. Los bienaventurados discípulos estaban llamados a ser los iniciadores y maestros del mundo entero. Por eso era conveniente que aventajasen a los demás en una sólida formación religiosa. Sólo así evitarían convertirse en ciegos, guías de ciegos. En efecto, los que están envueltos en las tinieblas de la ignorancia, no podrán conducir al conocimiento de la verdad a quienes se encuentran en idénticas condiciones. Pues de intentarlo, ambos acabarán cayendo en el poso.
A través de la serie de comparaciones de la primera parte de este pasaje, Jesús hace ver que, en su seguimiento, la mediocridad y la falta de autocrítica constituyen el principal obstáculo para la instauración real y efectiva del reino.
Con mucha facilidad, desde los tiempos primitivos hasta hoy, se proclama a Jesús como «Señor, Señor», pero sin ningún compromiso, ni siquiera con el mínimo de sensibilidad por sus exigencias; esos son los que llenan salones, templos y estadios, y gritan a los cuatro vientos su fe en el «poder» de Cristo, pero cuando vienen las exigencias, las renuncias, el testimonio y los compromisos, se desmoronan como la casa que fue construida sobre la arena (49). Fe, renuncia y compromiso, son tres actitudes que tienen que revelar la fe del discípulo.
Preguntas para recordar el texto bíblico:
MEDITACIÓN: ¿Qué me o nos dice Dios en el texto?
Hagámonos unas preguntas para profundizar más en esta Palabra de Salvación:
ORACIÓN: ¿Qué le digo o decimos a Dios?
Ten compasión de nosotros, Señor, si andamos en tinieblas. Si nos ves atrapados en las redes del dominio, del poder, del odio, o de la mediocridad. Si estamos sordos a tu evangelio, o ciegos al hermano. Ten compasión de nosotros cuando equivoquemos las metas. Cuando nos asuste el prójimo. Cuando el corazón sea indiferente a quien sufre. Ten compasión si dejamos que el orgullo nos encadene. Si nos hacemos ídolos con nuestro propio reflejo. Si convertimos la profecía en desprecio, o la oración en fariseísmo. Acaricia nuestras llagas, bendice nuestros pasos, acompaña nuestras luchas. Llegará un día en que todo estará bien.
Hacemos un momento de silencio y reflexión para responder al Señor. Hoy damos gracias por su resurrección y porque nos llena de alegría. Añadimos nuestras intenciones de oración. Amén
CONTEMPLACIÓN: ¿Cómo interiorizo o interiorizamos la Palabra de Dios?
Para el momento de la contemplación podemos repetir varias veces este versículo del Evangelio para que vaya entrando a nuestra vida, a nuestro corazón.
Repetimos varias veces esta frase del Evangelio para que vaya entrando a nuestro corazón:
«Cada árbol se reconoce por sus frutos» (Versículo 44)
Y así, vamos pidiéndole al Señor ser testigos de la resurrección para que otros crean.
ACCION: ¿A qué me o nos comprometemos con Dios?
Debe haber un cambio notable en mi vida. Si no cambio, entonces, pues no soy un verdadero cristiano.
Si estoy solo, vuelvo a leer detenidamente las lecturas. Hoy el Señor me invita a vivir las bienaventuranzas. Reflexionaré entorno a ellas, y le dedicaré especial atención y practica a la que tengo más abandonada. Esforzándome por mejorar, y luego de un tiempo examinaré cuanto crecí y maduré. Elijo una de ellas, la escribo y me hago propuestas que pueda evaluar en mi crecimiento cristiano.