Una mirada, un testimonio, para alcanzar la visión espiritual
como efecto de la oración
Llegó Pentecostés (31/05/2020), el fin del confinamiento interior (Hechos 2, 1-4; Juan 20, 19-23). La Palabra que se desencadenó durante este tiempo, ahora nos impulsa hacia una vida diferente, pero también esperanzadora (Hechos 27, 20).
Poca era la esperanza de aquellos hombres y mujeres en medio de la tempestad (Hechos 27, 18-20), poca es nuestra esperanza, pero esa pequeña esperanza nos ayuda a atravesar toda situación humana difícil, como nos ayuda a alcanzar la comunión o hipermetropía espiritual en la que ya no se vean diferentes religiones sino la misma apasionante aventura de caminar juntos hacia Dios, sintiéndonos uno en el Uno.
Este sentirnos uno en medio de las tempestades de la vida nos ayuda a descubrir en nuestra propia vulnerabilidad el silencio de Dios hecho palabra, y a descubrir en los otros a compañeros con los que, desde su misma vulnerabilidad, desde su misma experiencia de Dios, con su propio peso y ritmo temporal, espacial, miramos en una misma dirección.
Y este es el fruto de la oración: un camino, una invitación, a ser uno mismo en el Uno, en el Amado. La desescalada interior es el camino. Una desescalada -al modo de los viajantes de la barca- que nos lleve, en medio de la tempestad, hasta el propio miedo, las propias vulnerabilidades, los temores, y en medio de esta situación, a encontrar la luz, la esperanza de salir de “situaciones nada pequeñas” (Hechos 27, 20).
La desescalada interior hasta la raíz de nuestro ser, hasta nuestra propia unidad, nos recuerda que somos como el olivo, tan nuestro, tan de todos. Solo basta contemplarlo para descubrir en los frutos las hojas, en las hojas las ramas, en las ramas los tallos, y así hasta llegar a la raíz. En esta contemplación descubrimos aquello que la alimenta y nutre, y desde allí iniciamos la escalada, de dentro hacia fuera, desplegando esa misma comunión, esa unidad, hacia el todo de su ser, a todas las ramas, y desde la oración, a todo el cuerpo místico de Cristo que es su Iglesia.
Como hijos e hijas de la Iglesia esta es nuestra tarea: dejar que la experiencia de Dios que corre por nuestras venas, la sangre que alimenta a todas las células del Cuerpo Místico, sea nuestro modo de enriquecernos mutuamente, conocernos y ayudarnos tal como sucede en una auténtica familia.
Lic. Fremy García Mariscal