Mater Salvatoris

Madre del Salvador

La Comunidad de las Hijas de la Iglesia presente en Castelnuovo Vicentino es muy especial dentro de la realidad de nuestra Familia Religiosa; de hecho, acoge a las Hermanas que, ricas en años y en experiencia o marcadas por graves enfermedades, viven con plena y renovada dedicación su entrega al Señor "por la Iglesia y por el mundo".

La casa había sido ofrecida a nuestra Fundadora por los cónyuges Marchioro, padres de nuestras dos Hermanas Angelina del Niño Jesús y María de la Inmaculada. M. María Oliva tuvo la hermosa intuición de acoger en ella a los ancianos y padres necesitados de las Hermanas y por este motivo solicitó y obtuvo, en 1948, por parte del Obispo de Vicenza, Mons. Carlo Zinato, el permiso para constituir una Comunidad que, además de la colaboración con la parroquia, también se ocupó de esta misión específica, que se llevó a cabo con dedicación hasta hace unos años.

Ahora la casa está reservada para las Hermanas mayores y es la comunidad más grande: ¡40 Hermanas! Entre ellas, un pequeño número está dedicado al servicio de las demás, con la ayuda de algunos colaboradores laicos; pero incluso las hermanas que no pueden hacer mucho están comprometidas ayudandose mutuamente, ofreciendo compañia, atención, solidaridad y generosidad incansable.

La Capilla es el corazón de la comunidad y los fieles del pueblo también convergen en ella para la celebración de la Eucaristía, la oración litúrgica de las Horas y la Adoración. Existe una gran simpatía y cercanía por parte de la gente y las Hermanas se sienten realmente acogidas y queridas por todos.

Si es así para el pueblo de Dios, nolo  es menos  para todo el Instituto, que las mira con especial gratitud y confianza, porque sabe que están, como Moisés en la montaña, en continua intercesión; voluntariamente, por lo tanto, se compromete a asegurarles el apoyo que necesitan como nos indican también nuestras Constituciones:

"Para las hermanas enfermas y  ancianas tenemos una atención especial de caridad fraterna, que nos impulsa a cuidar especialmente de los miembros más débiles ...

Las ayudamos a ser conscientes de que nuestro Redentor las asocia de manera única a su misión salvadora y completa en ellas lo que falta a su pasión en favor de  su Cuerpo, que es la Iglesia.

Convencida de esta verdad, la madre María Oliva afirma: "Incluso la vejez, con su soledad, la incapacidad de ayudar a la comunidad, de prestarse como se quisiera, es muy valiosa, es un bien inmenso, porque hace parte  del sufrimiento redentor" (n. 72).

En una atmósfera impregnada de belleza interior, de serenidad, de armonía, de invocación continua, estas Hermanas viven en solidaridad con toda la humanidad y emplean todos sus recursos internos en la búsqueda del rostro del Señor, deseando ser configuradas con Él; por esto viven en un clima de fraternidad y de gozo sincero, para que se cumpla la palabra de Jesús: "Sean uno, para que el mundo crea".

De hecho, cada Hermana es sujeto de la misión de todo el Instituto y de la Iglesia universal; las muletas y los carritos no nos impiden correr "del Cuerpo Eucarístico al Cuerpo Místico" y "del Cuerpo Místico al Cuerpo Eucarístico": contemplativas y misioneras con apertura universal y local, como la Iglesia Madre.

Y en esta maravillosa aventura de estar en el corazón de la Iglesia con la dedicación de Hijas, se sienten acompañadas por la Virgen María, que las empuja a ser portadoras de Jesús y las apoya en su camino con ternura materna. A ella le pedimos que aquellos que las encuentren, incluso en la enfermedad, puedan decir de ellas, como de las hermanas de la primera hora: "Las hermanas que rezan, las hermanas que sonríen, las hermanas pobres".