Sierva de Dios
Magdalena Volpato
de Santa Teresa del Niño Jesús
Magdalena Rosa Volpato nació, octava de nueve hijos, en una familia de agricultores el 24 de julio de 1918 en S. Alberto di Zero Branco, cerca de Treviso. Activa en la parroquia en su adolescencia como catequista, miembro y líder de la Asociación de Jóvenes de Acción Católica, intentó dos veces ser religiosa, pero fue rechazada para la salud.
Deseó tanto consagrarse a Dios y, en los años de la terrible guerra mundial donde las incertidumbres, los dolores, las privaciones y la angustia dominaron en la vida humana, Magdalena aterrizó en el pequeño puerto de la Congregación de las Hijas de la Iglesia (recien fundada) en 1943, con el nombre de Magdalena de Santa Teresa del Niño Jesús. Similar a una abeja laboriosa, se comprometió con tareas humildes y soportó solita, durante un tiempo, el mal que la afligió sin que el médico lo reconociera desde el principio: absceso osifluente, enfermedad de Pott.
Magdalena, joven novicia, en la Octava de Oración por la Unidad de la Iglesia en la cual participava con sus hermanas en la iglesia de San Julian, en Venecia, conoció y entendió que su Congregación había nacido por toda la Iglesia: "para ser uno, de modo que el mundo crea y para qué puedan ser uno antes los unidos y después los separados"; y por este fin necesitaba rezar y sufrir hasta dar también la vida. La sencillez de Magdalena se traduce inmediatamente en acción. Espera que la Superiora esté sola, y de rodillas se le pide el permiso de ofrecer su vida por la unidad de la Iglesia. Esa Iglesia por la cual Jesús había orado continuamente al Padre, para que todos sean uno. Ella ofreció su vida al Señor como víctima por este ideal.
El Señor, como siempre, toma en serio las intenciones y los deseos de las almas generosas, y el 25 de enero de 1945, el último día de la octava, Magdalena permaneció bloqueada en la cama sin moverse, en un mar de dolor. Fue trasladada a un hospital en régimen de guerra y sufrió terriblemente durante un año y medio; y a quien le decía que el Señor había tomado en serio su oferta, ella respondió: "Pero yo no me arrepiento, ¿sabes? Estoy feliz. Es suficiente que Dios me de fuerza".
Habiéndose convertido toda en una llaga, Magdalena continuó a "no retroceder" y de la misma forma en que vivió en la sencillez, tuvo la persuasión, de manera constante, de ser víctima para la unidad de los Cristianos separados y Judios, y se sacrificó diciendo constantemente estas palabras: "¡Por la Iglesia! El sufrimiento aceptado con amor tiene un gran valor para la Santa Iglesia".
El Patriarca de Venecia, en la primavera, come consuelo y premio, le permitió pronunciar los Votos religiosos. Murió, completamente consumida, en la noche del 27 de mayo de 1946 en el Hospital del Mar de Venecia, como un "sacrificio especial". Su memoria está viva entre las hermanas y muchos devotos, especialmente durante la Semana de oración por la unidad de los cristianos, del 18 al 25 de enero de cada año.
La fundadora, María Oliva Bonaldo, escribió y publicó en enero de 1959 el volumen "Magdalena", reeditado en decenas de miles de copias y traducido al alemán y al español. El 22 de mayo 1968, el cardenal patriarca Juan Urbani abrió en Venecia el proceso canónico para la beatificación, concluido en 1971 por el patriarca Albino Luciani, ahora Siervo de Dios Juan Pablo I. En este momento la Causa de beatificación se ha trasladado a Roma, en la Congregación de los Santos.
Desde noviembre de 1972, los restos mortales de la Sierva de Dios descansan en el cementerio de S. Alberto de Zero Branco (TV). Quienes recurren a su intercesión experimentan su dulce y solícita ayuda. La sonrisa de Magdalena, la heroica sencillez de su oferta, es una luz pequeña pero viva en el camino de cada hijo de la Iglesia y en el camino del ecumenismo.
“Necesitan gestos concretos que entren en las almas y muevan las conciencias, solicitando a cada uno a esa conversión interior que es la presuposición de cualquier progreso en el camino del ecumenismo” (Benedicto XVI).
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