Lun, 27 Dic 21 Lectio Divina - Anno C
Este domingo esta encuadrado dentro de la octava de Navidad; por lo tanto seguimos de “fiesta”, la alegría de la natividad de Jesús permanece en nuestros corazones. La lectura de este domingo es conocida como el “Prologo de San Juan”. Se trata de los primeros versículos a modo de introducción de su Evangelio. Con esta lectura, la liturgia dominical nos invita a reflexionar entorno al misterio de la Palabra Eterna de Dios, encarnada, viviendo en nuestra humanidad.
Juan presenta a Jesús como la “Palabra” de Dios personificada, que “existía” y “estaba” desde siempre junto al Padre y “era Dios”. Estos tres verbos que coloca Juan (existir, estar y ser), uniéndolos a lo que en griego se dice “logos” (O sea Palabra expresada, verbo en acción), nos dan a entender la unidad de Jesús, el Cristo, el Señor y la Palabra que Dios pronuncia para salvarnos. Esa Palabra trasciende infinitamente el mundo y la historia, pero a la vez es una Palabra “creadora”. “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra”, y en ella esta la Vida, que ilumina a los hombres.
Y para revelarles el rostro invisible de Dios y hacerlos participar en su filiación, es decir en ser Hijos de Dios, la Palabra eterna “se hizo carne” en el seno de María y vino a convivir con los hombres “como Hijo único” del Padre. Este es el misterio de la encarnación: Dios ahora tiene un rostro humano en la persona de Jesús. Es el misterio de los misterios. Dios se hace hombre.
Cuando el evangelista se refiere al “principio”, la expresión recuerda el primer capítulo del Génesis, pero aquí no se refiere al comienzo del mundo, sino al “principio” en sentido absoluto, cuando no existía nada fuera de Dios. A la vez Juan anticipa el tema del eterno conflicto entre la luz y las tinieblas, tan destacado en su Evangelio. La “luz” es la Palabra, las “tinieblas” son las fuerzas del mal. Luz verdadera, capaz de satisfacer la sed que tiene el hombre de ver a Dios.
El relato por un momento se interrumpe para refutar a los partidarios de Juan el Bautista, que hasta el momento lo consideraban el Mesías. Aclara que el Bautista solo fue testimonio de la luz, pero que no era la Luz. Cristo, la Palabra hecha carne es esta luz que vence las tinieblas.
“Carne” en el lenguaje de la Biblia, designa todo hombre en su debilidad de ser corruptible. Hacerse carne significa hacerse persona humana, de carne y hueso como solemos decir. Los hombres, en cambio, los suyos, su pueblo, el mundo, no tuvieron a bien recibirlo: lo desconocieron. Hubo, no obstante, quienes aceptaron a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y éste los elevó a ser Hijos de Dios. La Gracia, la Misericordia, el Amor inefable de Dios se desbordó sobre la humanidad necesitada y la hizo partícipe de su Gloria. Este es Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el Verbo del Padre.
Pon tu palabra en medio de mi vida. Pon mi vida en tu mano, pon tu mano en la voz que ahora digo.
Pon el sol en mis ojos, pon tus ojos aquí, en estas preguntas; tus caminos trázalos en los míos.
Quiero irme en tu marcha, quiero darles tu música a mis pasos.
Tu eres la Palabra hecha carne, y habitas entre nosotros,
que siempre pueda reconocer tu presencia iluminadora de la vida.
Señor de mí nace hoy la gratitud, porque has donado tu gracia.
No nos dejes olvidar tu Palabra, que nos muestra la ruta hacia lo eterno.
- AMÉN -