TESTIMONIO: SÍ,  AL SEÑOR DE LA VIDA

TESTIMONIO: SÍ, AL SEÑOR DE LA VIDA

Gio, 28 Nov 19 Figlie della Chiesa Delegazioni Comunità

“Heme aquí, Señor, para hacer tu voluntad” (Lc 1, 38)

Mi corazón está preparado,
Dios esperanza y salvación mía, 
ha llegado el momento,
mi corazón está preparado.

Aquí estoy, serena y humilde,
a cuerpo descubierto y a pie descalzo ante el trono de tu amor. 
Sin pretensiones de grandeza, mas con espíritu de pobreza, 
cual tierra cultivada donde la semilla del Bello sembrador 
caiga, germine, eche raíces, florezca y fructifique.

Tierra labrada y abonada por tu gracia, 
Tierra buena y generosa, 
Tierra fecunda,
pero siempre tierra tuya.

          Son bellos los sentimientos que me embargan, cuando repaso el camino recorrido. El Señor fue bueno y paciente conmigo. Inicié mi experiencia de fe a los 17 años, sin intenciones de nada más que llegado el momento, casarme vestida de blanco por la Iglesia. Decidí acercarme a la Iglesia para recibir la catequesis de iniciación cristiana, con el fin de obtener los certificados. Con mucha fatiga logré perseverar con la ayuda de mi mamá. Paso a paso que seguía los encuentros, se desvelaba para mí el misterio de Dios tan amado y anunciado por la Iglesia. El regalo más bonito fue el hecho de poder hacerme la señal de la cruz, sin prisa, sin miedo y sabiendo que simboliza el grande amor de Dios, manifestado en la entrega del Hijo de su Amor. La cruz fue la llave para entrar en la Iglesia, conocerla, amarla y testimoniarla.

          La llamada a seguir a Jesús en la vida religiosa y como hija de la Iglesia siguió dos momentos más. El primero es como la voz de Dios a Adán en el paraíso: ¿dónde estás? O la pregunta de Jesús a los discípulos: ¿qué buscan? El segundo momento, fue diría yo, una sugerencia a abrirme a otro mundo posible.

El primer momento está relacionado con mi catequista, que por cierto era una Hija de la Iglesia. Durante un encuentro me preguntó: ¿por qué quieres recibir el bautismo, Frida? Y yo respondí sin pensar dos veces: porque quiero casarme por la Iglesia, por nada más. Una pregunta que me tocó muy adentro, que por un largo tiempo retornaba a mi mente, conforme iba asimilando la belleza simbólica de los sacramentos. Yo me avergonzaba por mi ligereza en la respuesta, ya que solo pensaba en la exterioridad del rito del matrimonio, es decir, vestir un bello vestido, tan vistoso y llamativo como el color blanco y todo lo demás. Pero estaba lejos de comprender el matrimonio como sacramento.

El segundo momento, fue cuestión de fe y de un matiz nuevo en mi horizonte que jamás se me había pasado por la mente: la vocación a la vida religiosa. El chico que era mi enamorado, me había animado a recibir el bautismo, pero pasado un tiempo y en vísperas del mismo, me pidió que ya no lo hiciera, argumentando que la Iglesia Católica era lo más falso que existía. Lógicamente aquí me salió mi genio, defendiendo la fe que acababa de estrenar, me puse firme aseverando que no dejaría por nada la Iglesia. Después de tanto discutir los típicos argumentos de los hermanos evangélicos, y ante mi negativa de aceptar su propuesta, me dice con tono irónico: ¿no estarás pensando hacerte monja? Hasta ese momento nunca me había detenido a pensar en una opción de vida diferente a la de casarme y formar una familia. Mi relación con este chico terminó allí porque nuestras opciones personales dejaron de ser compatibles.

Yo recibí el bautismo y la primera comunión. Al año siguiente recibí la Confirmación, mientras acompañaba como catequista a los niños de Infancia Misionera.

Un día observando a las hermanas de mi parroquia, me entró la curiosidad por saber sobre su estilo de vida, su opción de hacerse religiosas, en qué consistía su misión, cómo vivían, etc. Decidí hablar con ellas y visitarlas más a menudo para conocerlas un poco más, y bueno, comencé mi discernimiento vocacional y me encaminé en la congregación de la Hijas de la Iglesia, movida por el deseo de seguir a Jesús y vivir por la Iglesia y por el mundo.

El Señor ha sido bueno conmigo, se ha complacido, llamándome a su Iglesia, me ha dado como heredad una nueva Familia: hermanas que me han acompañado y continúan acompañándome, con quienes comparto la alegría de anunciar el Evangelio y la pasión de hacer conocer y amar a la Iglesia, Esposa de Cristo.

Celebrar la Profesión Perpetua, significa celebrar la fidelidad de Dios que permanece para siempre, celebrar su amor y ternura, amarlo en espíritu y verdad, y profesar como Pedro: “Solo tú tienes palabras de vida eterna” y yo creo y espero en ti, ahora y para siempre.
                                                                                                                                                                                                                               Frida Salas del Señor de la Vida