Solemnidad de Pentecostés

Solemnidad de Pentecostés

Ter., 31 maio 22 Lectio Divina - Ano C

 Hoy celebramos y revivimos el misterio de Pentecostés, la plenitud del misterio de la Pascua en la efusión del Espíritu Santo. Celebramos el fuego de amor que el Espíritu encendió en la Iglesia para que arda en el mundo entero: ¡fuego que no se apagará jamás! Aliento que exhala Jesús al morir y también una vez resucitado es un signo de su Espíritu entregado a los discípulos y a la Iglesia misionera.
¿Qué significa Pentecostés?
La palabra “Pentecostés” quiere decir “el día número 50” o “el quincuagésimo día”. Se trata del nombre de una fiesta judía conocida como “Fiesta de las Semanas”, más exactamente la de las “siete semanas” que prolongaban la celebración de la gran fiesta de la Pascua. Se sumaba así una semana de semanas (7×7), número perfecto que se celebraba al siguiente del día 49. En  principio se trataba de una fiesta campesina: después de recoger las primicias, los campesinos festejaban agradecidos el fruto de la cosecha (Ex 23,16). Pero con el tiempo, se convirtió en fiesta religiosa en la que se celebraba el gran fruto de la Pascua: el don de la Alianza en el Sinaí (Lev 23,18-20; Nm 28,26).
En el Pentecostés cristiano la gracia de la Pascua se convierte en la fiesta de la nueva y definitiva Alianza entre Cristo y cada uno de nosotros, sellada por el poder del Espíritu Santo. Fueron 50 días de alegría y fiesta que hoy, gracias al Espíritu Santo, quieren quedar sellados para siempre. He aquí la causa de nuestra alegría: el amor hecho vida es más fuerte que la muerte; y la Resurrección, el acontecimiento fundante de nuestra fe.

Estructura del texto (Juan 14, 15-16.23- 24-26)
vv. 15,16Si me amáis guardareis mis mandamientos”: Jesús revela que la observancia de sus mandamientos no está hecha a base de constreñir, sino que es un fruto dulce, que nace del amor del discípulo hacia Él. A esta obediencia amorosa está unida la oración omnipotente de Jesús por nosotros. El Señor promete la venida de otro Consolador, enviado desde el Padre, que permanecerá siempre con nosotros para conjurar definitivamente nuestra soledad.
“Yo pediré al Padre”: Jesús es el orante, que vive de la oración y para la oración; toda su vida está llena de oración. Él es el sumo y eterno sacerdote que intercede por nosotros y ofrece oraciones y súplicas, acompañadas de lágrimas (cfr. Hb 5, 7), por nuestra salvación: “De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en nuestro favor” (Hb 7, 25)
“Y os dará otro Consolador”: El Padre y el Hijo es el que nos da al Consolador. Este don está precedido del acto de amor del Padre, que sabe que necesitamos de consolación: Él ha visto mi miseria en Egipto y ha oído mi grito, conoce, de hecho, mis sufrimientos y ve mi opresión, que me atormentan (cfr. Ex 3, 7-9); nada se escapa a su amor infinito por mí. Por todo esto, Él nos da el Consolador.
vv. 23-24: Jesús repite que el amor y la observancia de sus mandamientos son dos realidades vitales, esencialmente unidas entre sí, que tienen el poder de introducir al discípulo en la vida mística, esto es, en la experiencia de la comunión inmediata y personal con Jesús y con el Padre.
“Mi Padre le amará”: El Padre es el Amante, que ama con amor eterno, absoluto, inviolable, imborrable. Como lo dice Isaías, Jeremías y todos los profetas (cfr. Jr 31,3; Is 43,4; 54,8; Os 2,21; 11,1).
Vendremos a él”: El Padre está unido a su Hijo Jesús, es una sola cosa con Él y con Él viene a cada hombre, está dentro de cada hombre.
v. 25: Jesús afirma una cosa muy importante: hay una diferencia substancial entre las cosas que Él ha dicho mientras estaba junto a los discípulos y las cosas que dirá después, cuando, gracias al Espíritu, Él estará dentro de ellos. Antes, la comprensión era solo limitada, porque la relación con Él era externa.
vv. 26:Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho”.
Jesús anuncia al Espíritu Santo como Maestro, que no enseñará ya desde fuera, sino viniendo desde dentro de nosotros. Él vivificará las Palabras de Jesús, que habían sido olvidadas y las recordará, hará que los discípulos puedan comprenderlas plenamente.
El Espíritu Santo es el Maestro, el que abre la vía para el conocimiento, para la experiencia; nadie, fuera de Él, puede guiarme, plasmarme, darme una forma nueva. Su escuela no es para alcanzar una ciencia humana, que hincha y no libera; sus enseñanzas, sus sugerencias, sus indicaciones concretas vienen de Dios y a Dios vuelven. El Espíritu Santo enseña la sabiduría verdadera y el conocimiento (Sal 118, 66); enseña la voluntad del Padre (Sal 118, 26.64), sus senderos (Sal 24,4), sus mandamientos (Sal 118, 124.135) que hacen vivir. Él es el Maestro capaz de guiarme a la verdad plena (Jn 16, 13), que me hace libre en lo más profundo, hasta donde se divide el alma y el espíritu, donde solamente Él, que es Dios, puede llevar vida y resurrección.

¿Cuál es la misión del Espíritu Santo?
La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo, fuente y don eterno.
Es el Espíritu Santo quien, con su fuerza unificadora, nos lleva a todos, en la multiplicidad de dones, a aceptar y confesar una misma fe en Jesús “Señor” nuestro.
Es el Espíritu Santo el amor personal del Padre y del Hijo; y amor quiere decir vida, alegría, felicidad.
Estará junto a los discípulos para enseñarles, defenderlos del malgenio y conducirlos a la verdad completa.
Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre.  El Espíritu Santo es el que revela el amor del Padre y del Hijo.
El Espíritu Santo, el soplo vital de Dios, lleva a hablar otras lenguas: “Y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”.