XV Domingo del Tiempo Ordinario

XV Domingo del Tiempo Ordinario

Seg., 11 Jul. 22 Lectio Divina - Ano C

Observamos que los Setenta y dos culminan su misión y al final está la revelación de la relación Padre-Hijo, abierta a los discípulos (vs. 21-24). A este amor que desciende del cielo sobre la tierra, responde desde la tierra el amor de hijos y de hermanos que se eleva hasta el cielo. Comienza el Reino del Padre, la herencia de la vida sobre la tierra, que vemos y escuchamos en el Hijo (vs. 23ss). Él es al mismo tiempo el “sí” de Dios dado al hombre y del hombre a Dios. La carne de Jesús, además de ser relato de su Pasión por nosotros, es también nuestra respuesta perfecta de amor a Él.
El mandamiento del amor, en el cual somos invitados a reflexionar, no es más que el eje perfecto del Antiguo y Nuevo Testamento, el que define la verdad sobre el hombre, en su relación con Dios, con los otros y consigo mismo (Dt 6,4ss; Lv 19.18). La novedad de este mandamiento está en que ya no es una ley, imposible de observar, que denuncia el pecado, sino que es Evangelio, anuncio de un Padre que ama al hombre con todo el corazón y de un Hijo del hombre que ama a Dios con todo el corazón y a los hermanos como así mismo. El que ama, alcanza su finalidad. San Juan de la cruz escribía: “Es más valiosa en la presencia del Señor y del alma y de mayor provecho para la Iglesia una brizna de amor puro que todas las obras juntas, aunque parezca que el alma no valga nada”.
El problema de todo el pasaje está al comienzo (v.25) y el final (v.28): ¿qué hay que hacer para heredar la vida, es decir, para vivir la misma vida del Padre? quedará claro después de la exposición de la parábola “autobiográfica” del samaritano, cuando Jesús le dice: “Vete y haz tú lo mismo” (v.37).
V.25: “Un legista”. La pregunta va al problema fundamental de la Ley: “Qué hay que hacer” para heredar la vida. El hombre religioso instintivamente busca la vida en “ser intachable en la justicia que deriva de la observancia de la Ley” (Flp 3,6). Pero la vida viene solamente de la “sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor” (Flp 3,8) y es porque el amor del Padre se revela en el Hijo (vv. 21s) y no en ningún otro.
 “Maestro”, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?  Jesús es el maestro de la Ley, es el Hijo que revela el Padre. El Verbo eterno de Dios se ha hecho carne para narrar en el tiempo el amor infinito del Padre. La ley promete la vida al que hace lo que ella ordena y la obediencia a la Palabra es la condición para vivir (Lv 18,5; Hch.2,37; 16,30); esa tierra prometida, aunque sigue siendo un don, siempre está ligada a un “hacer”, como respuesta de amor al Dador de todo don. La “Vida eterna” es una vida plena, sin límites de calidad, de espacio ni de tiempo: es la comunión con Dios hasta más allá de la muerte (Dn 12,2; 2M7,9) ya que Él es la vida del que vive su Palabra (Dt 30,30) y la herencia corresponde al Hijo como fruto del amor del Padre. “El Señor, es la parte de mi herencia” … “Mi heredad es preciosa para mí” (Sal 16, 5.6).
- ¿Qué está escrito? ¿Cómo lees? (v 26). La Escritura recuerda qué se debe hacer para permanecer en la heredad: es la memoria del don y la acción de gracias (Dt 6-9; 11;29; 30). El olvido, es el camino al destierro, el recuerdo es el camino del regreso, lo que Dios ha hecho hace posible amarlo a Él como Padre y a los otros como hermanos, pero el pueblo no reconoce (= ley) este amor.
V: 27: “Amarás… con todo tu corazón… a tu prójimo como a ti mismo” La primera parte es cita del Shemá Israel (Dt 6,4ss). Es el fundamento de la Ley, la oración cotidiana de Israel: “Escucha, Israel". Lucas suprime la palabra inicial “escucha”. La belleza de su rostro es el cumplimiento del “Shemá”, la escucha perfecta del Padre. A Dios se le ama con corazón indiviso (1Co 7,32-34). Él me amó primero, se dio por mí, lo hizo todo por mí y me conoce hasta el fondo.
28: “Bien haz respondido”. El amor es la síntesis de toda la ley como relación con Dios (Dt 6,4s) y con el hombre (Lv 19,18). En Mc 12,34 Jesús responde: “No estás lejos del Reino de Dios”.
En la hermosa parábola del samaritano se aclarará quién es el vecino, el prójimo (vs.29-36) y a quien debo amar, no de un modo absoluto sino “como a mí mismo” (Lv 19,18). El amor al otro, debe ayudarlo a alcanzar su finalidad, que es la de amar a Dios de un modo absoluto. Solo así somos nosotros mismos y nos realizamos. Este mismo mandato se expresa en 6,31: “Y lo que quieren que les hagan los hombres; háganselo ustedes igualmente”.
V.37 Al ordenar: “Vete y haz tú lo mismo” Jesús no recalca una ley imposible. El legista es invitado ahora a “leer” (v 26), que lo que está escrito se va cumpliendo ante sus ojos y en sus oídos mientras escucha a Jesús (cf4,21). A uno lo señalan como Samaritano, (Jn 8,48) porque al acoger a los pecadores quebranta la Ley.
Meditamos: Seguramente esta parábola dio un duro golpe al maestro de la Ley que iba en contra de su mentalidad, porque el prójimo para los judíos erra simplemente el de su país y el de su raza. Para el “Samaritano” era catalogado como un hereje que no formaba parte del pueblo elegido de Israel. Era considerado como un pagano, que no entraba en el plan de salvación de Dios. Esa era la mentalidad reinante.
*Es Jesús quien deshace este modo de pensar y como en otras circunstancias, pone de modelo a un Samaritano.
*Jesús quiere que quede claro, que prójimo no es solo el que está cerca, el vecino, el pariente o del mismo país. Prójimo es toda persona humana necesitada, de cualquier raza, color, nación, lengua o religión.
*Por tanto ni el Sacerdote judío que se encargaba de ofrecer el culto a Yahvé, ni el Levita obsesionado por cumplir la Ley descubren al prójimo. Ellos pasan de largo, sin prestar ayuda y con el miedo de ser contaminados y cometer pecado por aproximarse al necesitado. El Samaritano entiende quién es el próximo, el prójimo es aquel que está herido (v 35). Sintió compasión, se acercó, le vendó las heridas y después de habérselas limpiado con aceite y vino lo montó en una cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él (v 34.35). Le da unas monedas al posadero y le encarga que cuide de él y los gastos de más, lo pagará al regreso. San Lucas describe detalladamente los gestos y pasos del Samaritano, que atiende al desvalido con delicadeza y amor.
*Así nos muestra la lección clara: “vete y haz tú lo mismo” (v 37). Por tanto, no podemos relacionarnos con el Señor en la Oración si no vivimos las Obras de Misericordia, caridad y justicia con el prójimo.
¿Qué le respondo al Señor? – Quiero vivir Señor, esta lección que Tú me das con claridad, e imploro que supere los rechazos que siento hacia mis hermanos; que sepa perdonar, comprender y valorar.
Contemplo: a muchos hombres y mujeres rechazados, desvalidos y olvidados; tantos que les falta el pan material y más aún el pan espiritual y son olvidados por la sociedad e ignorados.
¿Cómo debo actuar? Pediré ayuda a Dios y con un examen de mi vida revisaré como actúo con Dios y con mi prójimo. ¿Amo a Dios y al prójimo como me amo a mí mismo?