Ter., 16 Ago. 22 Lectio Divina - Ano C
En la Liturgia de este domingo el Señor nos presenta, en todas las lecturas, su gran misericordia con el regalo de la salvación a toda la humanidad
“Entrad por la puerta estrecha... Hay primeros que serán últimos” (Lc 13, 22-30).
Así es que el mensaje central de este domingo, más que el número de los salvados es el don universal de salvación por parte de Dios. Por tanto, ante la pregunta hecha a Jesús, él no responde directamente, sino que hace notar nuestra responsabilidad y esfuerzo por el don de la salvación: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha; os digo que muchos intentarán entrar y no podrán” (v. 24). Y a continuación ilustra esta sentencia con la parábola de la puerta que se cierra para algunos, impidiendo su acceso a la mesa del banquete del Reino. Puerta que en cambio se abre para muchos venidos de los cuatro puntos cardinales; porque “hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos” (v. 30).
Jesús nos enseña que la puerta de entrada a la VIDA es estrecha para todos. “Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición y muchos entran por él; ¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida y pocos siguen por ahí” (Mt,7,13).
Jesús nos relata esta parábola durante el largo camino desde Galilea hasta Jerusalén. Jesús no se dirige a cualquier parte, sino a Jerusalén, donde le espera un destino difícil y sin embargo camina a la cabeza del grupo; en ese momento dos sentimientos invaden a sus discípulos: el asombro y el temor, pero Jesús los invita al optimismo. “Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén.” Más de una vez Lucas dice que Jesús está de camino hacia Jerusalén, la capital, donde Jesús será condenado a muerte (Lc 9,31.51). Por lo cual la importancia que tengamos claro el objetivo de nuestra vida, para asumirlo decididamente como hizo Jesús. Debemos caminar, no podemos detenernos. La salvación no consiste en sobrevivir a una prueba, sino en alcanzar la madurez espiritual y completar la misión que se nos ha encomendado en el mundo, para que desarrollemos plenamente los dones que Dios nos ha dado.
En ese tiempo existía la creencia que muy pocos se salvarían, por eso la pregunta que le dirigen a Jesús; pero él lo que hace es aconsejar al que pregunta que se esfuerce por formar parte del número de los salvados: esforzarse es luchar, pelear, batallar (lo que significa el verbo griego), por ser la puerta angosta, tiene sus dificultades y renuncias. Para ser salvado se requiere vivir con el Señor para obrar como El: haciendo siempre el bien (13,25-27).
Gran invitación que Jesús nos hace con las bienaventuranzas que se centran en la misma santidad de Dios a quien servimos: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt.5,48). Solamente entran en el Reino los que pertenecen a una o más de estas categorías enumeradas en las bienaventuranzas. Es la nueva mirada sobre la salvación que Jesús nos comunica. ¡No hay otra puerta! Se trata de la conversión que Jesús nos pide.
Entrar por la puerta angosta, no es solo un don de Dios, sino también una tarea o responsabilidad de los discípulos que se esfuerzan por ser fieles a Dios y a los principios evangélicos: solidaridad, fraternidad y servicio al hermano. Jesús nunca dijo que serían muchos o pocos los que compartan la felicidad de Dios. Pero sí dijo repetidas veces que serán pocos los elegidos entre muchos llamados. Esto significa que entre tantos hombres y mujeres que tuvieron la suerte de encontrarlo, y que fueron llamados a compartir su misión, pocos han aceptado cambiar su vida y comprometerse con él; pero también para los que no aceptan o no se deciden al seguimiento del Señor existe la misericordia de Dios. Jesús nunca anunció la salvación para unos pocos. San Pablo nos insiste en que para Dios no hay judíos, ni griegos, esclavos ni libres, sino todos hijos suyos.
A partir de nuestra incorporación a Cristo por la fe y el bautismo en que fuimos constituidos hijos de Dios, que es amor sin medida, estamos llamados a la santidad que consiste en amar, servir y glorificar a Dios en todas las circunstancias de la vida y en amar a nuestros hermanos. Así se resume la ley de Cristo, como decía san Pablo. Pidamos a Dios que ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendamos la esperanza de nuestra vocación cristiana a la santidad y la riqueza de gloria que Dios da en herencia a los santificados por El (Ef 1,18).
En la primera lectura Isaías 66,18-21: todas las naciones serán convertidas y se conducirán todos los dispersos de Israel a Jerusalén, ofrecimiento a Dios; los convertidos están invitados a predicar la fe hasta los confines del mundo. Es importante ver que los primeros misioneros fueron personas convertidas, aquí se ve clara la universalidad de la salvación de Dios a partir de Jerusalén, que se convierte simultáneamente en foco de irradiación misionera para todas las naciones.
En la segunda lectura de hoy Heb 12,5-7.11-13, después de elogiar la confianza en Dios de muchos personajes bíblicos, el autor trata el tema de la perseverancia y la salvación; aceptar las correcciones provenientes de Dios. La razón es que Dios se preocupa por nosotros y nos ama como hijos que somos. Este texto sapiencial es una invitación a sus discípulos para ayudarnos a confiar en nuestro Padre. A la luz de la fe las pruebas de este mundo hacen parte de la pedagogía paterna de Dios hacia sus hijos. Porque como Él nos quiere como un Padre, también nos corrige como a hijos (Heb 12, 5ss).
En toda la liturgia de hoy es clara la llamada de Dios para nuestra salvación y el envió para que todos seamos misioneros y ayudemos a la humanidad entera a que se salve como lo hizo Jesús. El Salmo de hoy nos invita: “Vayan a todo el mundo y proclamen el Evangelio” (Sal. 116).
Que el Señor nos ilumine en la escucha de su llamada, fortalezca y guie nuestros pasos en los momentos de oscuridad para ser buenos misioneros de paz y amor para el mundo de hoy.
María Santísima, fiel discípula del Señor, nos acompañe y ayude “a hacer cada día lo que lo que Él nos diga”.